“Al fin y al cabo, los niños, incluso los más pequeñitos, son seres pensantes... Casi podríamos decir que son seres humanos…”. El humor del genial grupo de música argentino Les Luthiers abordó con su peculiar estilo un tema que trae de cabeza a los padres de todos los tiempos: “¿cómo castigar al niño para que aprenda?” Investigadores de la Universidad estatal de Oklahoma han estudiado la eficacia de dos herramientas clave en la conducta humana: el compromiso y el razonamiento.
Los resultados de esta investigación han sido presentados recientemente en la convención anual de la Asociación Americana de Psicología. Su conclusión principal es que los castigos a los niños son eficaces, y por tanto necesarios, si se aplican con las miras puestas en el aprendizaje que el niño puede obtener de ellos, o lo que es lo mismo, qué grado de comprensión establece entre el error y las consecuencias del mismo.
Los investigadores norteamericanos escucharon las experiencias de 102 madres. Anotaron lo que había ocurrido con sus hijos en cinco ocasiones en que habían sido castigados por pegar, desafiar, desobedecer o montar rabietas. Y cómo reaccionaron los niños tras el enfrentamiento.
El análisis de estas experiencias demostró que que la táctica más eficaz para modificar el comportamiento de manera inmediata, al margen de la clase conducta que se pretendiera corregir, pasaba por el compromiso. Cuando el menor tenía ante sí el reto de comprometerse con algo, su comportamiento mejoraba.
Rabietas y desafíos
Muchos menores que se encuentran con algún tipo de frustración, lloriquean como herramienta de negociación con la madre o padre (una escena típica es el niño que se tira al suelo en un supermercado porque no le compran el producto que le gusta).
En estos casos, los datos del estudio apuntan al razonamiento como estrategia más eficaz para modificar la conducta.
Los investigadores vieron que cuando un niño pegaba a otro o adoptaba una actitud desafiante con los padres, resultaba más práctico a corto plazo aplicar directamente el castigo. Con todo, el castigo no era la mejor estrategia a largo plazo ni siquiera cuando pegaba o desafiaba. Tampoco servía en este último caso plantearles un compromiso. Cuando se trata de modificar conductas a largo plazo, debe intentarse razonar con el menor para que entienda por qué determinadas conductas no son admisiblesen tal o cual circunstancia, o en ninguna. El tiempo de dedicación y la paciencia del adulto en este paso resulta fundamental, dado que no todos los niños entienden de la misma forma y en el mismo plazo de tiempo.
Los castigos conseguían mejorar el comportamiento a larzo plazo de los niños que mostraban actitudes desafiantes con los padres. De ahí que los expertos hayan aconsejado a estos últimos que adviertan a los pequeños del castigo que se van a llevar si insisten en su actitud. Cuando un niño sabe lo que le va a ocurrir si realiza alguna acción explícitamente prohibida, fija en su memoria la relación existente entre una ‘trastada’ y su consecuencia, lo cual contribuye enormemente a su aprendizaje para futuras ocasiones.
Criterios para un castigo eficaz
La educación es un arte que requiere de mucha observación y experiencia con los niños. Las recompensas y los castigos, como parte de la educación de un menor, deben ser administradas con sumo cuidado.
Está comprobado que los castigos son un arma de doble filo. Si no se aplican en su momento, proporción e intensidad adecuadas, pueden resultar contraproducentes. Los castigos físicos, que durante siglos han constituido una herramienta prioritaria en la corrección de conductas erróneas, han dado lugar en muchos casos en agravantes de dichas conductas.
Otro tipo de castigos no físicos (del tipo “ahora tendrás que hacer esto” o también “ahora no podrás hacer aquello”) tampoco obtienen por sí mismos resultados esperados. No existe castigo infalible si no se aborda la actitud y las disposiciones del niño en concreto.
Los educadores proponen varios criterios que pueden orientar a los padres.
- En la medida de lo posible, no castigar ‘en caliente’. Los castigos sirven para que el niño aprenda, no para desahogar al adulto. Si el niño ha provocado un enfado muy grande, conviene dejar pasar un tiempo antes de aplicar la sanción (pero no dejar de hacerlo).
- Nunca perder de vista el grado de madurez del menor. No todos los niños tienen la misma edad ni son igual de inteligentes ni aprenden de igual modo ni viven las mismas circunstancias. Un castigo eficaz a un niño no tiene por qué producir el mismo resultado con su hermana o con su compañero de clase. El profesor de Desarrollo Humano y Ciencias de laFamilia de la Universidad estatal de Oklahoma, Robert Lazerlere, adivirtió del peligro de excederse en la firmeza. "No hay una sola medida que sirva para todos", recuerda el responsable del estudio.
- Asegurarse de que el niño va a entender la relación entre el error y el castigo. Si un chico se ha portado mal en la piscina, tratará de corregir su error si tiene que privarse de esa diversión durante un tiempo determinado. En este caso, resulta más eficaz ese castigo para corregir la conducta equivocada que no otro (como quedarse sin tele o merienda).
- Proporcionalidad. Aunque lo normal es que protesten por todos los castigos, los niños tienen sentido común y son capaces de asumir la gravedad de sus error calibrando la gravedad del castigo. No sirven los castigos leves para las trastadas graves y tampoco lo contrario.
- Criterio de excepcionalidad. Los castigos no pueden convertirse en los reguladores cotidianos del comportamiento. Los castigos son los límites del amplio campo de la libertad humana. Los niños deben entender la racionalidad de las normas, que no tratan de coartar al individuo sino de facilitar la convivencia.
Por último, no hay que olvidar que existen herramientas educativas incluso más eficaces que los castigos, como el refuerzo de conductas positivas. Los padres y tutores deben valorar las buenas acciones de los niños, y hacérselo saber para que refuercen y repitan en el tiempo todo aquello que están haciendo bien.
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