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RECOMENDACIONES DE LA AGENCIA ESPAÑOLA DE CONSUMO, SEGURIDAD ALIMENTARIA Y NUTRICIÓN PARA POBLACIONES SENSIBLES: MUJERES EMBARAZADAS O EN PERIODO DE LACTANCIA Y POBLACIÓN INFANTIL
Se recomienda a las mujeres embarazadas o que puedan llegar a estarlo, mujeres en periodo de lactancia y a niños de corta edad (entre 1 y 30 meses) consumir una amplia variedad de pescados, por sus grandes beneficios nutritivos, evitando consumir las especies más contaminadas con mercurio cuyo consumo debe limitarse en determinadas etapas.
Las recomendaciones para el consumo de Pez espada, Tiburón, Atún rojo (Thunnus thynnus: especie grande, normalmente consumida en fresco o congelada y fileteada) y Lucio son las siguientes:
Mujeres embarazadas o que puedan llegar a estarlo o en período de lactancia. Evitar el consumo
Niños < 3 años. Evitar el consumo
Niños 3-12 años. Limitar a 50 gr/semana o 100gr/ 2 semanas (No consumir ningún otro de los pescados de esta categoría en la misma semana).
JUSTIFICACIÓN
Tanto la “Opinión sobre el mercurio y metil-mercurio en productos alimenticios” de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), como la nota informativa sobre “ Metil-mercurio en pescado y productos pesqueros” de la Dirección General de Sanidad y Consumo (DGSANCO) de la Comisión Europea, que contenía recomendaciones de consumo para los grupos más vulnerables de población (mujeres embarazadas o que puedan llegar a estarlo, mujeres en periodo de lactancia y a niños de corta edad), sirvieron de base a la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición para publicar en su web una Nota informativa sobre mercurio y metil-mercurio en productos pesqueros en 2008.
Una mujer embarazada (60kg) que ingiera una ración (100 g) de pez espada a la semana superaría la ingesta máxima tolerable de metil-mercurio.
Un niño de entre 7-12 años (35 kg) puede consumir sólo media ración (50 g) de pez espada a la semana y ningún otro de los pescados grandes en esa misma semana.
Por ello se ha procedido a actualizar las recomendaciones realizadas a los grupos de población vulnerables.
La toxicidad del mercurio (Hg) depende de su forma química, tipo y dosis de exposición y edad del consumidor. Su forma orgánica (metil-mercurio) posee una elevada toxicidad, se disuelve fácilmente en la grasa y atraviesa la barrera hemato-encefálica y la placenta pudiendo provocar alteraciones en el desarrollo neuronal del feto y en niños de corta edad.
(Esto es mercurio mineral, no metilmercurio)
El metil-mercurio se encuentra mayoritariamente en pescados y mariscos, donde puede llegar a representar más del 90% del mercurio total. Derivado de la contaminación medioambiental, los peces acumulan mercurio en su organismo a lo largo de su vida y esto ocurre especialmente en aquellas especies de gran tamaño como los grandes depredadores. El hecho de que estos grandes depredadores suelen ser migratorios, hace que no sea posible excluir los pescados de las aguas menos contaminadas.
En términos de beneficio-riesgo la AESAN considera que el pescado es, dentro de alimentación saludable, una parte importante de la dieta. Esto se debe, básicamente, a la calidad de su proteína y su grasa, con aminoácidos esenciales en cantidad más que adecuada, escasa cantidad de grasas saturadas y una importante proporción de ácidos grasos omega 3 y de vitaminas A, D, E, B6 y B12.
Mercurio mineral y mercurio orgánico El mercurio no sólo se encuentra en el agua, sino en muchos otros alimentos como las verduras, pescado y mariscos, entre otro. Todo ello supone que las ingestas sucesivas de mercurio se van a ir sumando hasta dar la ingesta media diaria de esta sustancia. Es éste el riesgo real, el que se consuma un exceso de productos, contaminados a pequeña escala todos ellos, y que van a poder dar lugar a una intoxicación crónica. Por este motivo, se ha estipulado una concentración máxima admisible de este metal, quizás aparentemente muy baja, pero que quiere asegurar que el total se encuentre siempre por debajo de los umbrales de toxicidad. Mercurio mineral y mercurio orgánico El mercurio es un metal clasificado en el grupo de los metales pesados, metales que poseen una elevada toxicidad, para personas y animales. Esta sustancia hay que diferenciarla en sus presentaciones químicas para poder inferir su posible toxicidad. Si la presentación química es como tal mercurio mineral (Hg), la toxicidad es relativamente baja. ¿Por qué? Porque los organismos animales no tienen tanta capacidad para poder absorberlo en su intestino. Es un metal pesado de difícil disolución y absorción, que tras pasar al torrente circulatorio suele ser eliminado por vía renal no dando problemas, salvo que la concentración ingerida sea muy elevada. En este caso, llega a nivel renal, ejerciendo su función tóxica, y puede provocar la muerte del tejido y pérdida de funcionalidad. Esta situación es muy poco probable y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), sólo se producirá en casos de accidente con liberación masiva. Pero si la presencia fuese de metil-mercurio (mercurio orgánico) la situación sería diferente. El mercurio, cuando llega a la naturaleza, y transcurrido un tiempo, es transformado en el mismo medio ambiente a metil-mercurio. La diferencia entre el mercurio simple y el metil mercurio es muy importante. Esta segunda molécula es una forma orgánica, fácilmente reconocible por los seres vivos, que se acumula en el organismo y que posee una elevada toxicidad, sobre todo contra el sistema nervioso. La neurotoxicidad del mercurio ha recibido, durante siglos, atención en todo el mundo. Sin embargo, no fue hasta el brote de Minamata (Japón) en 1950, cuando realmente se consideraron los efectos tóxicos agudos y se plantea la necesidad de su control. Miles de personas resultaron afectadas debido a vertidos industriales durante años en la bahía de Minamata, lo que permitió la acumulación de la forma orgánica en el agua. Los peces de la zona, a su vez, acumularon el metil-mercurio en su músculo, que posteriormente fue consumido por la población.
MICROBIOTA DE LA LECHE HUMANAEN CONDICIONES FISIOLÓGICAS (UCM)
Bacteriología de la leche humana
La leche humana ha sido sistemáticamente marginada de los análisis microbiológicos, en contraste con la procedente de vacas, ovejas o cabras, cuyo precio está condicionado a su calidad bacteriológica. Ocasionalmente, se ha procedido a la detección e identificación de bacterias potencialmente patógenas en leche almacenada en bancos, en casos de mastitis o en infecciones neonatales humanas; sin embargo, todavía son muy escasos los estudios sobre la microbiología de la leche humana obtenida de mujeres sanas, lo cual no es de extrañar ya que, hasta hace muy pocos años, se consideraba que este fluido era estéril. Los datos disponibles hasta la fecha indican que, entre las bacterias que se aíslan con mayor frecuencia, destacan diversas especies de los géneros Staphylococcus, Streptococcus, Enterococcus, Lactococcus, Lactobacillus, Weissella y Leuconostoc(1-3). Al nivel de especie, destaca Staphylococcus epidermidis, tanto en distribución (se encuentra en prácticamente el 100% de las mujeres lactantes sanas) como en lo que respecta a su concentración en dicho fluido (>1000 ufc/ml). Por lo tanto, no es casualidad que en los últimos años se esté poniendo de manifiesto que la presencia de esta especie sea una característica diferencial de las heces de lactantes (4). Por otra parte, recientemente se ha confirmado que la concentración de lactobacilos y enterococos es significativamente más elevada en la microbiota de lactantes que en la de niños alimentados con fórmulas (5, 6). El hecho de que bacterias pertenecientes a los citados géneros se puedan aislar fácilmente de leche obtenida en países muy diferentes (en términos geofísicos, socio-económicos y/o culturales) sugiere que su presencia no es un fenómeno aislado sino que, al contrario, se trata de un evento común. Por lo tanto, sería más justo considerar que tales bacterias no son el resultado de una mera contaminación de la leche sino que realmente constituyen la microbiota natural de este fluido biológico. La aplicación de métodos moleculares que no requieren el cultivo de los microorganismos ha confirmado que la leche materna es una buena fuente de estafilococos, estreptococos y bacterias lácticas pero, además, ha mostrado que algunas bacterias Gram-negativas, como Escherichia coli, también están ampliamente difundidas en la leche humana (7). Esta última observación no es anómala ya que la microbiota del intestino del lactante suele ser un fiel reflejo de la existente en la leche maternal (2) y estudios recientes han revelado que E.coli puede encontrarse entre las primeras especies que colonizan el intestino neonatal (8).
Papel de las bacterias de la leche materna en la colonización del intestino neonatal
La leche humana es uno de los factores clave en la iniciación y el desarrollo de la microbiota intestinal del neonato ya que este fluido garantiza un aporte continuo de bacterias durante todo el periodo de lactancia. De hecho, posiblemente se trate de la principal fuente de bacterias para el recién nacido ya que se estima que un lactante que ingiera aproximadamente 800 ml de leche al día recibe entre 100000 y 10000000 bacterias (1, 2). Por lo tanto, no es de extrañar que la microbiota intestinal del lactante refleje la existente en la leche materna. El número de especies bacterianas existentes en la leche de mujeres sanas parece ser bajo (7). A pesar de ello, existe una gran variabilidad interindividual, de tal manera que la leche de cada mujer tiene una composición bacteriana única, de forma análoga a lo que sucede con la microbiota intestinal de niños y adultos. El predominio de un pequeño número de especies en este fluido podría explicar porqué la microbiota intestinal de lactantes sanos está compuesta por un reducido espectro de especies y cepas. Un estudio entre 112 lactantes suecos ha revelado que, durante los primeros seis meses de vida, el 26% no portaba lactobacilos en su contenido fecal, el 37% portaba una única cepa, otro 26% portaba dos cepas y, finalmente, el 11% restante portaba tres o más cepas (5). La presencia de un espectro bacteriano reducido también podría explicar porqué el desarrollo de una microbiota mucho más diversa coincide precisamente con el inicio del destete (8, 9). La microbiota intestinal infantil está profundamente influenciada por la dieta y, en este sentido, la introducción de alimentos sólidos, junto con la retirada progresiva de la leche, provoca cambios drásticos en su composición (10). Es probable que este hecho sea el principal responsable de las diferencias observadas entre la microbiota intestinal de los niños que reciben lactancia materna y la de aquellos alimentados con fórmulas infantiles (10, 11). Aunque resulta indudable que en los últimos años se han producido grandes avances en el campo de la nutrición infantil, todavía existen diferencias cuantitativa y cualitativamente importantes entre la leche humana y las fórmulas infantiles.
Origen de las bacterias aisladas de leche materna
El origen de las bacterias presentes en la leche humana es objeto de controversia. Tradicionalmente se ha considerado que la colonización del intestino del neonato empezaba durante el parto debido a la contaminación de su cavidad oral con bacterias procedentes de las microbiotas vaginal y/o intestinal de la madre; posteriormente, las bacterias pasarían de la boca del niño al pecho de la madre y, en consecuencia, contaminarían la leche al ser eyectada. Esta hipótesis, ha sido ampliamente aceptada desde los trabajos de Tissier (12) a pesar de que, sorprendentemente, no existen evidencias científicas que la respalden. De hecho, en los últimos años, se ha puesto en evidencia que las bacterias lácticas que colonizan inicialmente el intestino neonatal se pueden transmitir de forma vertical entre la madre y el niño mediante la leche materna incluso en aquellos nacidos por cesárea (2,5,8,13-16). Todos estos estudios sugieren que la piel de la madre y/o el tránsito por el canal del parto representan, en el mejor de los casos, fuentes minoritarias o insignificantes de bacterias para el intestino del recién nacido. Globalmente, los estudios recientes sugieren que al menos una parte sustancial de las bacterias comensales existentes en leche materna podrían proceder de la microbiota intestinal de la madre y accederían al epitelio de la glándula mamaria a través de una ruta interna. Todavía no se conocen con exactitud los mecanismos por el que ciertas bacterias no patógenas podrían atravesar el epitelio intestinal de personas sanas aunque algunos trabajos han abierto perspectivas realmente interesantes (17-19). Tradicionalmente se pensaba que las bacterias sólo podían atravesar el epitelio intestinal intacto a través de las células M, unas células epiteliales especializadas que se localizan en las placas de Peyer, pero actualmente se sabe que las células dendríticas existentes en la lámina propia pueden penetrar el epitelio intestinal intacto y captar bacterias directamente de la luz intestinal (17, 18). Más concretamente, las células dendríticas son capaces de abrir las zonas de oclusión entre enterocitos adyacentes, proyectar dendritas al exterior del epitelio y captar células viables, preservando la integridad de la barrera intestinal mediante la expresión de las proteínas que integran las zonas de oclusión (Fig. 1).
Empleando este mecanismo, una bacteria no invasiva fue capaz de llegar viable al bazo de ratones inoculados por vía oral (17). En este sentido, se ha puesto de manifiesto la capacidad de translocación de ciertos lactobacilos y enterococos sin causar efectos perjudiciales para el hospedador. Es más, la translocación de lactobacilos en el aparato digestivo de mujeres embarazadas con una placenta completamente normal deriva en la presencia de estas bacterias en el líquido amniótico, un proceso que tiene una clara influencia beneficiosa en el proceso de gestación ya que se ha asociado a una menor tasa de prematuridad (20). Tras unirse a las células dendríticas o macrófagos, las bacterias pueden propagarse a mucosas distantes de la del aparato digestivo ya que es bien conocida la circulación de células del sistema inmunitario entre los distintos compartimentos del tejido linfoide asociado a mucosas (21). Una vez estimuladas por la presencia de las bacterias, estas células podrían migrar desde la mucosa intestinal y colonizar mucosas distantes, como la de los tractos respiratorio y genitourinario, o la de la mismísima glándula mamaria lactante (21) (Fig. 2). En este último caso, se establece la ruta enteromamaria, una conexión bien documentada que se establece específicamente durante los últimos meses de gestación y la lactancia. Durante tales períodos, se produce un acúmulo selectivo y masivo de células del sistema inmunitario de origen intestinal en la glándula mamaria mediante un proceso regulado por las hormonas lactogénicas (22). En cualquier caso, estos procesos entero-mamarios implican el establecimiento de interacciones específicas entre las células del epitelio intestinal, las bacterias intestinales y las células del sistema inmunitario del tejido linfoide asociado a la mucosa intestinal (23, 24).
Además de la capacidad de translocación, las bacterias del intestino materno deberían reunir al menos otras dos propiedades para alcanzar primero el epitelio de la glándula mamaria y, después, el intestino del niño: (1) capacidad para sobrevivir durante el tránsito por la circulación sistémica y (2) capacidad para sobrevivir durante el tránsito por el aparato digestivo del lactante. Con respecto a la primera propiedad, es interesante señalar que 125 de las 485 cepas de lactobacilos depositadas en la prestigiosa colección PROSAFE (derivada del proyecto de la UE titulado "Biosafety evaluation of lactic acid bacteria used for human consumption") fueron aisladas originalmente de muestras de sangre humana obtenida, en la mayoría de los casos, de individuos sanos (25). Entre esas 125 cepas se encuentren hasta 16 especies distintas de lactobacilos, incluyendo las especies que se aíslan más frecuentemente de leche humana fresca. También resultan ilustrativos los resultados de un estudio-simulacro cuyo objetivo era la identificación rápida de cualquier bacilo Gram-positivo existente en la sangre de personas sanas ante un posible episodio de bioterrorismo con Bacillus anthracis. Pues bien, entre los 927 aislados identificados, los pertenecientes al género Lactobacillusconformaban el cuarto grupo más numeroso, tras Corynebacterium, Bacillus y Clostridium(26). Por otra parte, todas las bacterias lácticas de leche humana analizadas hasta la fecha han mostrado una elevada supervivencia cuando se exponen a las condiciones existentes durante el tránsito por el tracto gastrointestinal(27-29). Aunque, obviamente, serán necesarios más estudios para dilucidar los mecanismos por los que ciertas bacterias de la microbiota intestinal materna pueden colonizar el epitelio de la glándula mamaria, los resultados de los estudios realizados hasta la fecha sugieren que la modulación de la microbiota intestinal de la madre durante el embarazo y la lactancia puede tener un efecto directo en la salud de los lactantes.
La leche humana como fuente de agentes bioterapéuticos
En los últimos años, los problemas asociados a la difusión de bacterias resistentes a antibióticos de relevancia clínica han conducido a un renovado interés por la bacterioterapia, una práctica que hace uso de bacterias comensales o probióticas para prevenir o tratar la colonización del hospedador por parte de patógenas y que ha despertado gran interés en el campo de la pediatría (30-33). Esta estrategia se basa en el principio de exclusión competitiva, por el que ciertas bacterias no patógenas se imponen sobre las patógenas cuando compiten por el mismo nicho ecológico. En este sentido, es lógico suponer que algunas de las bacterias presentes en la leche materna contribuyen a la prevención de infecciones infantiles; de hecho, su presencia podría ser una de las razones que explicarían porqué la actividad antimicrobiana exhibida por la leche humana recién recolectada se pierde, parcial o totalmente, tras su pasteurización. La leche materna es el único alimento ingerido por muchos neonatos, un segmento de la población muy sensible a las enfermedades infecciosas, especialmente cuando deben permanecer ingresados en unidades de neonatología durante un tiempo prolongado. En consecuencia, el aislamiento de bacterias con propiedades beneficiosas para la salud de los niños a partir de leche humana resulta particularmente atractivo para los sectores biomédico y alimentario ya que, por su propia naturaleza, cumplen algunos de los requisitos generalmente recomendados para bacterias empleadas como probióticos humanos, tales como origen humano, ingestión infantil prolongada sin efectos adversos y adaptación tanto a mucosas como a substratos lácteos. Además, tal hallazgo abre nuevas perspectivas sobre el papel biológico de la lactancia materna. Conviene tener en cuenta que entre las bacterias aisladas normalmente de la leche materna existen algunas especies, como L. gasseri, L. plantarum, L. rhamnosus, L. salivarius, L. fermentum o E. faecium, que se incluyen habitualmente entre las potencialmente probióticas. De hecho, estudios recientes han revelado que los lactobacilos aislados de leche materna poseen un potencial probiótico similar o superior al de ciertas cepas de lactobacilos de gran difusión comercial como L. rhamnosus GG, L. casei imunitass o L. johnsonii La1 (27, 28). Las bacterias lácticas juegan un papel muy importante en las barreras microbiológicas primarias que se forman en las mucosas con el fin de prevenir infecciones. En general, las bacterias lácticas aisladas de leche materna parecen mostrar un gran potencial para adherirse a las mucosas y/o para producir sustancias antimicrobianas (27, 28, 34) y algunas cepas han sido propuestas como agentes bioterapéuticos para la prevención de infecciones neonatales y mastitis causadas por Staphylococcus aureus(1). Además, otras bacterias de la leche, como estreptococos, estafilococos y Escherichia coli, pueden resultar muy útiles para reducir la incidencia de patógenos en neonatos de alto riesgo expuestos a ambientes hospitalarios. Por ejemplo, algunos estreptococos del grupo viridans evitan que cepas de S. aureus resistentes a la meticilina puedan colonizar la cavidad oral de los niños (35). Por otra parte, la presencia de Streptococcus parasanguis en la cavidad oral infantil previene el desarrollo de caries y enfermedades periodontales debido a su antagonismo con las bacterias responsables de tales procesos, como Streptococcus mutans (36). Por lo que respecta a E. coli, esta especie comprende cepas patógenas y también cepas comensales; estas últimas son habitantes normales, y con funciones ecológicas relevantes, en las mucosas humanas (37). De hecho, la cepa E. coli Nissle 1917 (O6:K5:H1) es la base de un producto probiótico infantil ampliamente difundido en Alemania y otros países del Este de Europa y diversos estudios han demostrado que su aplicación por vía oral, tanto a niños a término como a prematuros, reduce significaticamente el número y la severidad de infecciones infantiles (38). La lactancia materna exclusiva durante los primeros meses de vida se ha asociado con tasas significativamente más bajas de asma y dermatitis atópica en la población infantil, por lo que esta práctica está fuertemente indicada en niños con una historia de atopia familiar. Las bacterias comensales de la leche materna podrían jugar un papel en este efecto protector ya que se ha descrito que algunos lactobacilos de origen humano pueden prevenir la aparición de atopia mediante diversos mecanismos (39). Estos autores han descrito que la administración de una cepa exógena de Lb. rhamnosus a embarazadas y lactantes con historia de atopia familiar reduce significativamente el riesgo de padecer este tipo de problemas. Sin embargo, resulta esclarecedor que esta especie (y/u otras especies de lactobacilos estrechamente relacionadas) ya se encuentran de forma natural en la leche materna. También es interesante resaltar que la presencia de estreptococos del grupo viridans (con alta prevalencia en la leche humana) parece ser una característica propia del intestino del niño sano en contraposición con el intestino del niño atópico (40). Como se ha comentado repetidamente, la leche materna es la principal fuente de bacterias comensales para el intestino del lactante y se considera que las bacterias intestinales son uno de los estímulos más importantes para el desarrollo del tejido linfoide asociado a la mucosa intestinal, pudiendo promover procesos antiinfecciosos y antialergénicos.
Implicaciones para los Bancos de Leche
El potencial probiótico de las bacterias presentes en la leche materna debería ser un motivo de reflexión para los Bancos de Leche. El desconocimiento de la existencia de una microbiota específica en la leche materna ha propiciado que estas entidades desechen aquellas leches que contienen un recuento total de entre 1000 y 100000 ufc/ml, a pesar de que dichas concentraciones se encuentran de forma natural en la leche de prácticamente cualquier mujer sana1. Además, la mera presencia, a cualquier nivel, de enterococos, estafilococos o bacterias Gram-negativas también se considera un elemento de inaceptabilidad ya que se atribuye a una higiene defectuosa o a las contaminaciones de los equipos empleados para su extracción por bacterias con alta prevalencia en los ambientes hospitalarios (41). Curiosamente, la esterilización de las bombas empleadas para la extracción de la leche no impide la presencia de estas bacterias en leche (42). En los últimos años, el empleo de medios de cultivo y de técnicas moleculares ha revelado que tales bacterias son habitantes naturales de la leche materna por lo que, siguiendo ese criterio, prácticamente ninguna mujer sana debería amamantar a su hijo; afortunadamente, a las mujeres que amamantan directamente a sus hijos no se les practican cultivos de leche materna. En este sentido, no es de extrañar que hasta un 86% de las muestras de leche extraídas de mujeres chinas sanas habría sido rechazada según los criterios de muchos Bancos de Leche (3) a pesar de que, en ese mismo estudio, el empleo de esa leche "presuntamente contaminada" derivó en efectos beneficiosos para la salud de los niños que la consumieron, especialmente en comparación con la de aquellos que recibieron fórmulas infantiles. En resumen, en el futuro habrá que tener en cuenta que la leche materna no sólo es un alimento completo desde el punto de vista nutritivo o inmunológico sino también desde el punto de vista microbiológico.
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Un adicto "emplea dinero por encima de sus posibilidades; se muestra agresivo e irritable si se le interrumpe, se deteriora su rendimiento académico o laboral; aparecen problemas de muñeca, oculares, dolores de cabeza o se desatienden las horas de sueño"
Professor Emeritus of Molecular Neurobiology, University of Manchester
Más de treinta millones de personas en todo el mundo padecen la enfermedad de Alzheimer, la forma más común de demencia. Por desgracia, no existe ninguna cura, solo medicamentos para paliar los síntomas. Sin embargo, mis últimas investigaciones sugieren un modo de tratar esta enfermedad: he hallado las pruebas más sólidas hasta el momento de que el virus del herpes puede causar el alzhéimer, lo que sugiere que este podría tratarse con medicamentos antivíricos eficaces y seguros. Incluso podríamos vacunar a nuestros hijos contra él.
El virus implicado en la enfermedad de Alzheimer, el tipo 1 del virus del herpes simple (HSV1), es más conocido por causar herpes labiales. Afecta a la mayoría de la gente en la infancia y después permanece latente en el sistema nervioso periférico (la parte del sistema nervioso que no es el cerebro ni la espina dorsal). En situaciones de estrés, el virus se activa y, en algunas personas, provoca la aparición de herpes labiales.
En 1991 descubrimos que en muchas personas mayores el HSV1 se halla presente también en el cerebro. Y en 1997 pudimos demostrar que si se encuentra en el cerebro de personas que tengan un gen específico conocido como APOE4, existe un elevado riesgo de que desarrollen la enfermedad de Alzheimer.
Es posible que este virus pueda activarse en el cerebro de forma reiterada, lo que probablemente cause daños acumulativos. La probabilidad de desarrollar la enfermedad es doce veces mayor en las personas portadoras del APOE4 que tengan el HSV1 en el cerebro que en aquellas en las que no se halle ninguno de estos factores.
Además, tanto nosotros en 2007 como otros investigadores –del Instituto de Microbiología de Facultad de Ciencias de Universidad Austral de Chile en 2008 y del Departamento de Biología Molecular y el Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa” de CSIC-UAM en 2012–, hemos descubierto que la infección de cultivos celulares con el HSV1 provoca acumulación de beta-amiloide y proteínas tau anormales, y la acumulación de estas proteínas en el cerebro es característica de la enfermedad de Alzheimer.
Creemos que el HSV1 es uno de los principales factores que contribuyen al desarrollo de esta enfermedad y que se introduce en el cerebro de las personas mayores a medida que su sistema inmunológico va debilitándose con la edad. Entonces crea una infección latente (en letargo), que puede reactivarse debido a situaciones de estrés, a un sistema inmunológico debilitado o a inflamación cerebral causada por la infección de otros microbios.
Esta reactivación produce daños víricos directos en las células infectadas, así como inflamaciones también víricas. Nosotros sugerimos que una activación repetida del virus provoca daños acumulativos que, al final, acaban conduciendo a la enfermedad de Alzheimer en personas con el gen APOE4.
Supuestamente, en los portadores del APOE4 la enfermedad se desarrolla en el cerebro debido a la mayor formación de productos tóxicos por parte del HSV1, o a una menor reparación de los daños.
¿Nuevos tratamientos?
Los datos sugieren que podrían utilizarse agentes antivirales para tratar la enfermedad de Alzheimer. Los principales agentes, que son seguros, impiden la formación de nuevos virus y, de este modo, limitan los daños víricos.
En un estudio anterior descubrimos que el aciclovir, un fármaco antiviral usado en el tratamiento de herpes, bloquea la replicación del ADN del HSV1 y reduce los niveles de beta-amiloide y tau causados por la infección de cultivos celulares con HSV1.
Es importante explicar que lo único que demuestran todos los estudios, incluido el nuestro, es que existe una relación entre el virus del herpes y la enfermedad de Alzheimer, pero no que dicha relación sea causal.
Probablemente, el único modo de probar que un microbio sea la causa de una enfermedad es demostrar que la aparición o el desarrollo de esta se reduce en gran medida atacando al microbio con un agente antimicrobiano concreto o mediante una vacuna específica contra el microbio en cuestión.
Pero el éxito reciente —demostrado por un estudio de población a gran escala realizado en Taiwán— del uso de determinados agentes antiherpéticos concretos para prevenir la enfermedad de Alzheimer resulta alentador. Esperemos que la información recabada en otros países produzca resultados similares.
Sin importar qué tan inteligente creas que seas, seguro que a veces te falla la memoria. Una serie de encuestas demostraron que la mayoría de estudiantes no usa de manera efectiva métodos de aprendizaje de eficacia comprobada y, en cambio, pierden el tiempo con otras técnicas inefectivas.
Uno de los problemas es que a menudo recibimos mucha información contradictoria por parte de padres, profesores y científicos, así que no sabemos con seguridad lo que funciona y lo que no.
Por suerte, un nuevo informe publicado en una de las revistas de psicología de mayor prestigio examinó las principales confusiones y creó una lista de las estrategias de estudio más populares con sus posibles obstáculos y cómo aprovecharlas mejor.
Técnica 1: releer
¿Estás aprendiendo vocabulario nuevo? La estrategia más común es la de leer las palabras y sus significados hasta que se nos queden grabados. Para nuestra mala suerte, los psicólogos creen que es un método demasiado pasivo , lo que quiere decir que la mayoría de la información no consigue dejar marca.
El truco: leer a intervalos.
Releer pasivamente es probablemente la técnica de estudio menos eficaz, pero a veces resulta inevitable cuando sientes que careces del entendimiento básico de un concepto. Puedes aprovechar mejor esas sesiones, sin embargo, asegurándote de leer a intervalos regulares . Puedes leer un capítulo, continuar con otra cosa y releer ese mismo capítulo después de una hora, un día o una semana para ayudar a estimular la memoria.
Al volver al material después de un rato, también puedes beneficiarte de las preguntas que te surgieron durante esa pausa . Esto ayuda a concentrar más tu atención sobre los fragmentos que conoces y los que no y a incrementar el interés que le pones al tema.
Técnica 2: subrayar o resaltar
Al igual que con la relectura, esta técnica de estudio es casi ubicua. Su concepto tiene sentido: el proceso de subrayar palabras clave y frases debería ayudar a que nos interese más la información y a facilita r la posterior identificación de l as ideas más importantes . Pero pese a que puede ser más eficaz que la relectura pasiva, subrayar y resaltar muchas veces no funciona, ya que muchos estudiantes remarcan casi cada párrafo sin discernir mucho.
Los científicos sugieren leer en voz alta y señalar los pasajes relevantes luego , en el segundo repaso que hagamos del texto. Al forzarte a pensar cada punto y su importancia relativa con más cuidado, se fomenta un procesamiento de la información más activo, algo que es esencial para la formación de recuerdos más nítidos.
Técnica 3: tomar notas
Visita cualquier auditorio o biblioteca y encontrarás estudiantes copiando juiciosamente en sus cuadernos los hechos más importantes. Así como subrayar o resaltar, los problemas surgen cuando uno deja de ser juicioso respecto al material que está incluyendo en esas notas. El exceso de entusiasmo y tendencia a incluir todo lo que se menciona pueden convertirse fácilmente en un vicio.
Truco: sé conciso
Varios experimentos han demostrado que si un estudiante usa menos palabras para expresar una idea, tendrá más probabilidades de recordarla luego. Esto puede deberse a que resumir y parafrasear te fuerzan a pensar profundamente sobre el quid de lo que estás intentando expresar y ese esfuerzo adicional se afianza en tu memoria. Estos descubrimientos pueden explicar también por qué es mejor tomar notas con un lapicero y un papelque usar una laptop : escribir a mano requiere más tiempo que hacerlo con un teclado, lo que te obliga a ser más conciso a la hora de anotar.
Técnica 4: hacer esquemas
Muchos profesores animan a sus alumnos a ver la materia que están estudiando desde el punto de vista de un pájaro, presentándoles los puntos clave de una manera estructurada y lógica . A veces, el maestro crea estos esquemas, pero también puede incentivar a los estudiantes para que los hagan ellos mismos.
Truco : busca patrones profundos
Los estudiantes a los que se les enseña con estos esquemas suelen conseguir mejores resultados, según nuevos estudios, ya que les permiten identificar las conexiones subyacentes entre distintos temas . Estas investigaciones sugieren que a menudo es más eficaz empezar con un esquema esquelético antes de ponerse a estudiar para luego ir llenándolo con detalles a medida que se avanza en la materia.
Gran parte de nuestro aprendizaje se realiza de manera independiente, por supuesto, sin instrucciones; pero puedes hacer tus propios mapas conceptuales de un texto. Una vez más, ser conciso es esencial: tienes quecentrarte en la estructura del alegato más que perderte en los detalles si quieres ver esas conexiones subyacentes y sacarle el máximo rendimiento a ese aprendizaje profundo.
Técnica 5: fichas
Examinarte a ti mismo se considera ahora la estrategia de aprendizaje más fiable, en particular para aquellos hechos específicos y detallados y hay pruebas considerables de que este método puede mejorar tu memoria. Aún así, hay distintas formas de hacerlo que pueden resultar más o menos efectivas.
Truco: cuidado con ser demasiado confiado
A la mayoría de gente le cuesta calibrar los límites de su propio pensamiento, creyendo que sus decisiones son más inteligentes de lo que son. Los juicios en materia de aprendizaje no son muy diferentes. De hecho, un estudio concluyó que mientras más confiada se mostraba una persona de que había aprendido algo , menos probable era que lo recordara luego.
Todos minusvaloramos la facilidad con la que olvidaremos algo en el futuro. Por tanto, el uso de fichas puede ser contraproducente si crees que una vez que has recordado algo, esto se quedará en tu cabeza para siempre, algo que hace que pases a la ficha siguiente antes de que el dato se haya afianzado en tu memoria. En cambio, tiene más sentido seguir evaluándote incluso cuando ya crees conocer la palabra.